13 mar 2011

Una historia que no era, y que ahora es

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La historia de Kevin Carter, un fotógrafo sudafricano que se suicidó en 1994, está repleta de supuestos, leyendas y malentendidos. De hecho, su historia hasta hace poco parecía ser una, pero desde febrero parece ser otra.

Su historia, la pública, está dominada por unos pocos instantes en su vida. Segundos, minutos que pasó en una aldea perdida de Sudán, Ayoud, hasta donde el fotógrafo llegó para retratar una de las situaciones de miseria, guerra y muerte más tremendas del siglo XX. Hasta hace pocos días, cada vez que se hablaba de Carter, alguien preguntaba –en voz alta o por lo bajo: ¿Por qué Kevin Carter no ayudó a la niña a escapar del buitre?

Esta era la supuesta niña, que –supuestamente- estaba a punto de ser devorada por el impaciente buitre que se ve en el fondo. Carter nunca supo demasiado sobre el bebé. En poco tiempo disparó más de 200 veces el obturador de su cámara, para reflejar así la catástrofe humanitaria que el mundo apenas conocía. Luego, tomó de nuevo la avioneta que lo había llevado hasta el lugar y se fue.

Dicen que el fotógrafo supo enseguida que la foto del bebé y el buitre se iba a convertir en un gran éxito. Tal vez sí, tal vez no. Pocos días después el New York Times publicó la imagen; el efecto no se hizo esperar. De pronto el mundo hablaba de la crisis que se vivía en un país lejano, que hasta entonces muchos nunca habían oído mencionar. La publicación de esta fotografía que pronto se convirtió en icónica, también produjo otro efecto. “¿Por qué no la salvó?”, era la pregunta soberbia que tantos hacían en voz alta. A fin de cuentas, ¿qué apartaba al fotógrafo de aquel buitre carroñero?

Carter ganó el Pulitzer poco meses después. Y unos cuantos más tarde, se suicidó. Como las historias nunca son unívocas, es difícil saber cuánto de aquel juzgamiento público influyó en su decisión, que sí se sabe bien fue impulsada por una historia de adicciones y depresiones.

La polémica sobre la foto se inflamó, quemó y disipó. Casi 20 años después, un periodista español del diario El Mundo, Alberto Rojas, comenzó a investigar sobre aquella foto icónica. Y decidió que era hora de contar la historia del bebé: ¿qué había pasado con él?; ¿murió aquel mismo día? Rojas llegó hasta el mismo pueblo que Carter había visitado en 1993. Sus habitantes, a diferencia de buena parte del mundo occidental, jamás habían visto esa foto y lejos estaban de adivinar que se había convertido en la imagen de la hambruna sudanesa. El periodista escribió un reportaje publicado en el diario El Mundo el 21 de febrero de 2011, en el que explica paso a paso lo que descubrió. La niña era un niño. El niño no murió en aquella hambruna ni a causa de la desnutrición. Su padre le confirmó que murió hace cuatro años, por “las fiebres”.

Así comenzaron a atarse los cabos que no se habían anudado en 1993, cuando se construyó aquel primer relato sobre Carter. El bebé tenía en su muñeca una pulsera de plástico que lo identificaba como paciente de la estación de comida de la ONU, instalada en aquel lugar. Rojas observó la imagen en alta resolución y descubrió que en la pulsera se puede leer, escrito en rotulador azul, el código "T3". La T era para los niños con severa desnutrición que ya estaban siendo atendidos por los médicos.

A veces las historias se cuenta a sí mismas, solas, impulsadas por la imaginación, los miedos y hasta las esperanzas de personas y pueblos. A veces las cuentan individuos, cargándolas de ciertos significados y vaciándolas de otros. En otras ocasiones las cuentas los periodistas, que cometen los mismos excesos y caen en las mismas limitaciones, pero que también nos abren la puerta para conocer otros mundos y realidades. En cualquier caso, contar una historia –desde la aparentemente más insignificante hasta la supuestamente más grandiosa- genera responsabilidades. Y si no estamos dispuestos a asumirlas, mejor no contarlas. Bienvenidos a Comunicación Escrita IV 2011.

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