Hoy me pusé a pensar en estas cuestiones existenciales al leer el post del blog de John Edwin Mason (sobre documentales e historia de la fotografía), en el que reflexiona sobre las "mentiras" que pueden contar las imágenes. Uno de los ejemplos que analiza se basa en una serie de fotografías tomada por una famosa fotógrafa de Estados Unidos, Dorothea Lange, que se dedicó a recorrer su país en tiempos de la Gran Depresión, retratando al "verdadero" pueblo estadounidense.
Era el año 1939 y la fotógrafa retrató a esta madre con su bebé; estaban viajando en busca de trabajo desde hacía casi un mes. La imagen es un ícono claro de una época complicada de la historia de Estados Unidos: pobreza, sueños rotos... Pero esta no fue la única foto que Dorothea le tomó a la mamá y su beba. La última de la serie se veía así:
Esta foto cuenta otra historia muy diferente a la que se recrea en nuestras mentes cuando vemos la anterior. Ahora hay risas, complicidad madre hija, esperanzas de un futuro mejor. Cada uno hace su transcripción mental de cada una de las fotos y crea dos historias probablemente opuestas. Sin embargo, son las dos mismas personas, en la misma situación, fotografiadas con una diferencia de minutos. Lo que separa a la primera de la segunda imagen es que para esta última el papá quiso que su beba fuera retratada sin manchas en la cara, que saliera linda, claro. Y entonces le lavó la cara con la punta de su frazada.
Esta es la leyenda que la fotógrafo escribió para identificar la serie:
"The car is parked outside the Employment Office. The family have arrived, before opening of the potato season. They have been on the road for one month--have sick baby.
...Father washed the baby’s face with edge of blanket dampened from canteen, for the photographs".
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